Nuestro sistema político y representativo está en crisis. Es evidente cuando, por un lado, la ciudadanía está sumamente decepcionada con su Gobierno y sus funcionarios, pero por el otro, claros que el país va en una dirección equivocada, no logran ver en la oposición política una alternativa viable. Esta no es una opinión personal, es lo que nos dicen los números.
Y la ciudadanía tiene razón. ¿En quién creer cuando ya nadie representa nada? Cuando la diferencia más grande es entre los que tienen el poder y aquellos que aspiran a tenerlo, sin poder ver claramente el por qué se aspira a ello. Lo más fácil es asumir que se aspira al poder, para beneficiarse de el. ¿Pues no es eso lo que se ha visto? El problema no es de quien duda, sino de quien ha olvidado lo que representa y en lo que cree.
El problema es que la política se ha olvidado de las ideas. De las ideas de verdad, de aquellas que se fundamentan en convicciones profundas y claras, no de esas que se utilizan a conveniencia para pasar leyes, ganar elecciones o simplemente para oponerse al contrincante. Ideas que significan algo real. Por las que uno estaría dispuesto a sacrificar cualquier cosa. Ideas que son más importantes que ganar una elección, o subir en las encuestas, o mantener los privilegios del poder. De esas ideas quedan bien pocas en nuestro país.
Tal vez antes de decir que somos de tal o cual partido, antes de decir que somos de derecha o izquierda, antes de decir que somos opositores, o apartidarios, o prosistema, o antisistema, o de sociedad civil, o independientes, o cualquier otra cosa; tal vez antes de etiquetarnos a nosotros mismos por estar en contra de algo o de alguien, debemos tener claro qué ideas representamos. No en base a quién es mi amigo o mi enemigo. No en base a que si soy parte del poder o estoy en contra de el. No en base a si es popular, o tradicional, o si ganará elecciones. Si no en base a lo que nos mueve, a lo que nos apasiona, al tipo de mundo que queremos construir.
Empezaré yo.
Yo creo en la libertad. Pero no en ese concepto trillado y romántico que se ha utilizado en incontables prosas y campañas políticas. No en esa etiqueta que se ha utilizado para justificar o promover agendas políticas que esconden intereses ajenos. No en la libertad conveniente que algunos quieren para lo que les sirve, pero no cuando no les parece. Pobre la idea de la libertad, tan prostituida y atropellada. Utilizada para justificar cualquier cosa y para maquillar a cualquier político.
Yo creo en la libertad de verdad. En la libertad plena del individuo. Sin matices, sin excusas, sin justificaciones. Creo que ningún político tiene por qué meter al gobierno en nuestros negocios o en nuestros hogares. No tienen por qué meter mano ni en nuestros bolsillos, ni en nuestros dormitorios.
Creo que todos tenemos el derecho a ser diferentes. Es más, celebro nuestras diferencias. De la diversidad surge la creatividad y la innovación, y solo así progresan nuestras sociedades. Creo en el potencial transformativo de la imaginación y la rebeldía. Creo que para construir grandes cosas nuevas, es necesario destruir viejos y desgastados dogmas.
Así, los liberales, los de adeveras, los sin excusas, somos humanistas, porque consideramos que el ser humano y su bienestar debe ser siempre el punto central de nuestro análisis y acción, y progresistas, porque somos sumamente optimistas sobre lo que el ser humano puede lograr y hacia dónde puede avanzar. Nos dan alergia los populismos de la izquierda, pero de igual manera los paternalismos de la derecha, y ante todo, el clientelismo del cuál todos se bañan. Creemos en la libre empresa, pero no somos pro empresas. Creemos en la igualdad, pero no en la que se impone a la fuerza. No cabemos cómodamente ni de un lado, ni del otro.
Somos idealistas y optimistas, a veces poco pragmáticos, y rara vez muy populares. Pero no buscamos ganar concursos de belleza. Nuestro objetivo no es ganar elecciones. Creemos en las ideas. Nos apasionan las ideas. Creemos en un mundo mejor, y sentimos que tenemos la responsabilidad de transformar la realidad que nos rodea. Sentimos la responsabilidad de ejercer una influencia positiva en la sociedad a través de nuestras pasiones y nuestras convicciones.
Así con nuestros libros, nuestra música, nuestro arte, nuestra moda, y con nuestras vidas en general. Podemos ser controversiales. Podemos ser inconvenientes. Podemos ser incomprendidos, incluso reprochados. Pero en eso creemos, y así decidimos vivir nuestras vidas y ejercer nuestras pasiones. Porque sabemos que así se construye un mejor mundo.
¿Y tú en qué crees?
Retomado de : https://rodrigomolinarochac.com/2016/06/09/liberal-sin-excusas/