martes, 23 de abril de 2024
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  • 04
  • Jun 2016
Opiniones

LA TIRANÍA DEL POLÍTICO

Por tiranía se entiende a una forma de gobierno en la que el gobernante tiene un poder total o absoluto, no limitado por leyes. Y por político, a aquellos individuos que se han dedicado a la actividad política. Pero en este caso, nos atañen aquellos políticos que se han dedicado o están vinculados a la administración pública.

Toda sociedad que se considera libre, siente o debe sentir, una especial aberración hacia todo tipo de tiranía. En la historia hemos conocido de tiranías militares, ideológicas como el comunismo o el nacional socialismo, e inclusive religiosas como la que vemos en los países islámicos. Pero pocas veces hablamos de esa tiranía que puede resultar de una democracia y a la cual debemos temer. Esas que se disfrazan de democracia y que es aún más peligrosa, ya que se oculta y muchas veces deriva, de nuestros propios sentimientos, emociones y aspiraciones de seguridad, salud, beneficio económico y educación.

En este sistema sin verdaderos contrapesos, el político parece haber aprendido que lo importante no es creer, sino que hacernos ver a través de propaganda y discursos engañosos que ellos creen en algo. En otras palabras, les resulta más importante representar una creencia que representar la honestidad. Bajo todo este sentimiento de poder otorgado por el voto y combinado con un sistema diseñado a fallar a conveniencia, nace la tiranía del político. Aquella que se enquista silenciosamente en el poder y que se mueve por intereses propios, tanto económicos como políticos. Y sobre todo que resulta inmune ante la ley y al verdadero sentimiento de la sociedad.

Como democracia se entiende el sistema político en donde el ciudadano elige a sus representantes por períodos determinados de tiempo. Pero, ¿de qué sirve cambiar de individuos cuando es el mismo sistema el que está viciado? Como ciudadano debemos estar siempre alertas y comprometidos de cuidar nuestras libertades, y más aún, debemos estar alertas ante este tipo de tiranía que resulta de la democracia. Ya sea aquella que resulta de las mayorías, o como es nuestro caso, una tiranía de los políticos. De un pequeño grupo de personas que hoy por hoy nos tienen justo donde quieren: bajo su dominio.

En una democracia y ante la ausencia de reglas claras, se puede establecer el más completo despotismo. Este pareciera ser nuestro caso. Nuestro sistema político se ha desarrollado en un Estado de Derecho débil, o ausente, por conveniencia de la misma clase política. Hay pues, dos tipos de ciudadanos; aquellos que respetamos la ley por moral y por temor a sus consecuencias, ciudadanos para quienes la ley sí existe. Y el otro grupo, en su mayoría políticos o funcionarios, que nos demuestran día a día que están por encima de la ley.

De este grupo, inmunes ante la ley por el fuero o simplemente porque se les permite, hacen a su antojo e incluso incurren en hechos delictivos que nunca llegan a ser juzgados. Lo hacen porque no hay consecuencias sobre sus actos, protegidos incluso por aquellos encargados en hacer cumplir la ley. ¿Existe acaso en este país la igualdad ante la ley?

Resulta que a la clase política y sus aliados les conviene mantener el status quo. Dar la impresión que las instituciones funcionan y que éstas son independientes, creando así la ilusión de que existe y funciona el sistema, cuando la realidad es la opuesta. En fin, como tarde o temprano se benefician de esto, a ningún partido político en 27 años pareciera haberle interesado cambiar esta realidad, la cual proviene tristemente de la misma democracia y de ese sentimiento de superioridad que sus egos le otorgan al contabilizar los votos.

Convirtieron nuestro sistema en un juego político en donde el legislador y los funcionarios llegaron a asumir que con nuestro voto los ciudadanos les entregamos la potestad absoluta de la decisiones, de nuestra voz. Incluso llegaron a asumir una superioridad manifiesta ante la sociedad, creyendo que hasta sus errores estaban blindados, por el poder que les otorgamos. Asumieron que ellos eran la personificación misma de la ley, de la ética y de la moral.

Así pues, el político se ha convertido en un déspota porque ha aprendido a jugar con las aspiraciones y sentimientos básicos que tienen todos los ciudadanos. En este sistema ideado y manipulado a conveniencia por ellos, en el que predomina la ausencia de un Estado de Derecho, nuestras aspiraciones han llegado a convertirse, al no estar alertas, en nuestra peor pesadilla. Justo esta que hoy vivimos ante la tiranía del político.

Gerardo Guerra   columnista de Curul85